El presidente Zapatero ha anunciado elecciones generales para el próximo 20 de noviembre (curiosa fecha elegida…). Con la actual situación de crisis económica y financiera, reformas dictadas desde el exterior, con países intervenidos y otros al borde del colapso, nacen movimientos de indignación como el conocido 15-M o Democracia Real, que promueven cambios en el actual sistema económico y político.
Pero, ¿qué se puede esperar de estos movimientos? ¿Qué influencia pueden ejercer sobre el resultado de las elecciones? ¿Pueden jugar a la política cuando se definen como apartidistas y asindicales?
Muchas preguntas que deberán encontrar respuestas dentro de las asambleas populares y éstas, a su vez, ser capaces de canalizar en una única dirección, con el fin de tener una influencia real. Se podría seguir intentado redactar un manifiesto de mínimos, que a su vez intente conseguir el máximo consenso. Algo difícil debido a la estructura tan heterogénea del propio movimiento. También se podría seguir debatiendo en las plazas, con interminables asambleas que aprueban para luego desaprobar acciones que hay que desconvocar por falta de quórum.
El hecho que los ciudadanos se reúnan en plazas para debatir de sus preocupaciones, sobre la política y las mejoras que se pueden aportar, tiene un enrome valor que algunos ignorantes, tanto de la esfera política como mediática, se atreven a menospreciar. Ignorantes si, porque demuestran un desconocimiento real de lo que está ocurriendo en la calle. No se trata de perro flautas violentos. Se trata de maestros, médicos, abogados, economistas, empresarios, industriales, obreros, parados, estudiantes, funcionarios, amas de casas… La sociedad está despierta y eso, claro, asusta a los que pretenden acaparar el poder.
Supongamos que uno de los partidos mayoritarios, gana las próximas elecciones por mayoría absoluta y una amplia participación. ¿En que situación quedarían estos movimientos? Desde mi punto de vista, muy deslegitimados. Por ello deberían ser capaces de proponer una respuesta común.
Por la historia sabemos que el Estado de Derecho, fue un sistema revolucionario que surgió para combatir los Estados Absolutistas. Ahora ha llegado el momento de la Re-Evolución y, aún considerándome profundamente democrático y sin querer olvidar que mucha gente luchó, incluso con su vida, por lo que hoy tenemos, la idea generalizada de que la clase política vive acomodada en sus privilegios y alejada de la ciudadanía, bajo la sospecha continua de la corrupción y sin la formación suficiente para desarrollar su labor en un entorno global y complejo, me hace pensar en su agotamiento. Es el momento de la conciencia global, es el momento de la Democracia 2.0.
¿Qué opciones me quedan como ciudadano?
Por un lado están los que promueven la abstención o el voto en blanco, pero no parece una solución efectiva, ya que nuestro sistema representativo termina por repartir las sillas (o los escaños) de forma equitativa.
Por otro lado, hay quien propone no votar a los partidos mayoritarios, es decir, PP, PSOE, IU en España o PSC, ERC, ICV, CIU en Catalunya, por considerar que de una forma u otra, son responsables de la situación actual y no representan la auténtica voluntad del pueblo. Pero, si votamos a partidos minoritarios sin representación parlamentaria, puede significar tirar el voto a la basura y muchos no estamos por la labor.
Otros consideran que la mejor opción es votar a partidos como Escaño en Blanco, que prometen dejar sus escaños vacíos, de manera que el voto en blanco tenga una representación real en el Parlamento. Hay quien opina que es un juego antidemocrático. Yo opino lo contrario, se juega a lo mismo y con las mismas normas y aún en el peor de los casos, sería un gasto que nos ahorraríamos.
Demasiadas dudas para llevar a cabo un verdadero cambio. Lo más lógico sería crear un nuevo partido político pero, ¿cómo aceptarlo desde un movimiento que se define apolítico y sin representantes?
Parece contradictorio que un movimiento que se defina como apolítico, quiera jugar a la política sin saber exactamente cual es su representación y, en el fondo, sus intenciones, pero primero hay que entender que estos movimientos son nuevos y originales, por eso las respuestas deberían ser también, novedosas y originales.
Ya no tiene sentido hablar de izquierdas o derechas, cuando la política la dictan los ‘mercados’ dirigidos por las agencias de calificación. Debemos desprendernos de esta terminología obsoleta, soltar lastre para ser más ágiles, abrir la mente para desprenderse de los paradigmas del pasado, dar paso a la juventud y defender sus ideas. Es el momento en definitiva, de situar a las personas en el centro de la política. Si nos empeñamos en dar las mismas respuestas a los mismos problemas, estaremos condenados a encontrar siempre las mismas soluciones. Es momento de cambiar las formas y no repetir los errores del pasado.
¿Una solución?
Por un lado deberíamos eliminar el Senado. Lo que conocemos como Cámara Alta, nació después de la revolución francesa como representación de los nobles, algo que en la actualidad carece de sentido, por lo que se está proponiendo convertirla en una cámara territorial, de manera que todas las Comunidades Autónomas tuvieran aquí su representación.
Creo que sería más interesante convertir el actual poder legislativo Congreso-Senado, en un sistema Congreso-Asamblea. El Congreso seguiría siendo la representación de nuestra democracia parlamentaria, porque al fin y al cabo, alguien tiene que ocuparse de la cosa pública y esa es la función de los políticos.
La Asamblea sería la representación popular y sólo tendría una función, ejercitar su derecho a veto. De esta manera, se impediría que se aprobaran leyes contrarías a la voluntad de los ciudadanos. Esta voluntad se recogería en las asambleas populares de los municipios, libres, abiertas y transparentes, que las trasladarían a las asambleas territoriales dentro de su estructura de red. Si no hubiera un acuerdo definitivo, la Asamblea General debería proponer un referéndum. Si la ley aprobada por el Congreso fuera vetada por la Asamblea (por decisión popular o por referéndum), ésta volvería al Congreso para ser modificada o eliminada.
Tal vez esta reforma es algo compleja, pero ahora imaginemos que esta Asamblea se constituye como partido político, sin eslogan, sin programa electoral, sólo una propuesta, capacidad de veto, con la única intención de que no prosperen aquellas leyes que no cuenten con el apoyo popular.
Seguramente esta propuesta sea novedosa para algunos e insostenible para otros, pero un ciudadano podría votar a su partido político preferido, aquel que sus lideres le muestran mayor confianza y cuyo programa electoral, se ajustase mejor con sus ideales. Pero también tendría la garantía, de que su querido partido, no aprueba una reforma o ley a sus espaldas. Tan sólo con ir a la plaza, como quien va al mercado y depositar allí un voto, sería suficiente para acabar con el actual distanciamiento entre la clase política y los ciudadanos.
Antes de la revolución francesa, los poderes se negaron a escuchar al pueblo. Entonces aparecieron guillotinas en las plazas. Ahora las plazas se han llenado de asambleas populares y seguro que los gobernantes querrán escuchar y no dar la espalda a su pueblo.